Cuaderno ilustrado por los alumnos de dibujo

En clase les di a los alumnos a elegir entre 3 cuentos diferentes y luego tenían que decidir que parte del cuento dibujar.
Primero tuvieron que diseñar los personajes que les habían tocado y luego hicieron bocetos y eligieron colores. Cuando ya tenían todo pensado, y el boceto hecho, lo pasaron a limpio.
Después yo los junte todos en un cuaderno para que pudieran tener un recuerdo de cada compañero.

A continuación los cuentos con los dibujos de los alumnos.


LOS MÚSICOS VIAJEROS

Aquel asno ya estaba muy viejo para trabajar y su joven dueña lo echó fuera de la granja.
-¿Que va a ser de mí? -se lamentó el pobre animal-. Me voy a morir de hambre y de frío.
 
Caminando, caminando, el asno se encontró con un perro al que también habían abandonado por ser demasiado viejo para cazar.
-No te apures -le dijo el asno-. Yo estoy en la misma situación. Si te parece, podemos recorrer juntos el camino.

-¡Fuera de mi casa! -gritó la muchacha de aquella casa, ahuyentando a un pobre gato-. Ya eres viejo para cazar ratones y no pienso mantenerte.
-Me parece que tendremos un nuevo compañero -dijo el asno al perro.

Después de cruzar un bosque, los tres amigos encontraron a un gallo que estaba llorando.
-¿Qué te ocurre, amigo? -preguntó el asno.
-¡Pobre de mí! -se quejó el gallo-. Mi amo, viéndome tan viejo y cansado me ha echado del corral.
El gallo se unió al asno, al gato, y al perro, y los cuatro, para ganarse la vida, decidieron formar un orfeón.
-El gallo cantará -dijo el perro-, el asno rebuznará, el gato maullará y yo ladraré. ¡Será un hermoso orfeón!

-¡Oh! -dijo el gallo al llegar frente a una casa, y mirando por la ventana-. La casa está ocupada por un grupo de ladrones que se están repartiendo el botín.
-¡Vamos a darles un buen susto! -propuso el asno.

El perro ladró, el gato maulló y el asno rebuzno con todas sus fuerzas.
-¡Kikirikí! -terminó el gallo, para acabar de redondear la cosa.
Los ladrones, como es de suponer, se marcharon asustados de la casa.
Los cuatro animales entraron en la casa y, viendo que había comida preparada, se dispusieron a cenar.

-Esperadme aquí -dijo el jefe de los ladrones-. Voy a ver quién ha entrado en la cabaña.
El jefe de los ladrones entró en la casa, avanzando a tientas en la oscuridad.
-¡Socorro! -gritó, sin ver que el gato le saltaba encima -. ¡Un monstruo me ha clavado sus uñas en la nariz!
Al querer escapar, el perro salió de su rincón y le mordió en el tobillo.
-¡Ayuda! -volvió a gritar el ladrón-. ¡He sido atrapado por un cepo!
Al querer escapar, el asno, que le esperaba fuera, le propinó un par de coces, mientras el gallo gritaba con toda la fuerza de sus pulmones:
-¡Kikirikí! ¡Kikirikí! ¡Kikirikí! ¡Que se vaya de aquí!


Los cuatro amigos se quedaron a vivir en la casita del bosque y los ladrones se marcharon lejos, muy lejos para no volver jamás.



LA RATITA PRESUMIDA



Había una vez una ratita que era muy presumida. Estaba un día barriendo la puerta de su casa cuando se encontró con una moneda de oro. En cuanto la vio empezó a pensar lo que haría con ella:
- Podría comprarme unos caramelos… pero mejor no, porque me dolerá la barriga. Podría comprarme unos alfileres… no tampoco, porque me podría pincharme… ¡Ya sé! Me compraré una cinta de seda y haré con ella unos lacitos.
Y así lo hizo la ratita. Con su lazo en la cabeza y su lazo en la colita la ratita salió al balcón para que todos la vieran. Entonces apareció por ahí un burro:
- Buenos días ratita, qué guapa estás.
- Muchas gracias señor burro - dijo la ratita con voz presumida
- ¿Te quieres casar conmigo?
- Depende. ¿Cómo harás por las noches?
- ¡Hiooo, hiooo!
- Uy no, no, que me asustarás.




El burro se fue triste y cabizbajo y en ese momento llegó un gallo.
- Buenos días ratita. Hoy estás especialmente guapa, tanto que te tengo que pedir que te cases conmigo. ¿Aceptarás?
- Tal vez. ¿Y qué harás por las noches?
- ¡Kikirikíííí, kikirikíííí! - dijo el gallo esforzándose por sonar bien
- ¡Ah no! Que me despertarás.

Entonces llegó su vecino, un ratoncito que estaba enamorado de ella.
- ¡Buenos días vecina!
- ¡Ah! ¡Hola vecino! - dijo sin tan siquiera mirarle
- Estás hoy muy bonita.
- Ya… gracias pero no puedo entretenerme a hablar contigo, estoy muy ocupada.


El ratoncito se marchó de ahí abatido y entonces llegó el señor gato.
- ¡Hola ratita!
- ¡Hola señor gato!
- Estás hoy deslumbrante. Dime, ¿querrías casarte conmigo?
- No sé… ¿y cómo harás por las noches?
- ¡Miauu, miauu!, dijo el gato con un maullido muy dulce
- ¡Claro que sí, contigo me quiero casar!




El día de antes de la boda el señor gato le dijo a la ratita que quería llevarla de picnic al bosque. Mientras el gato preparaba el fuego la ratita cogió la cesta para poner la mesa y…
- ¡Pero si la cesta está vacía! Y sólo hay un tenedor y un cuchillo… ¿Dónde estará la comida?
- ¡Aquííí! ¡Tú eres la comida! - dijo el gato abalanzándose sobre ella.


Pero afortunadamente el ratoncito, que había sospechado del gato desde el primer momento, los había seguido hasta el bosque. Así que al oír esto cogió un palo, le pegó fuego metiéndolo en la hoguera y se lo acercó a la cola del gato. El gato salió despavorido gritando y así logró salvar a la ratita.

- Gracias ratoncito.
- De nada ratita. ¿Te querrás casar ahora conmigo?
- ¿Y qué harás por las noches?
- ¿Yo? Dormir y callar ratita, dormir y callar.
Y la ratita y el ratoncito se casaron y fueron muy felices.



EL ZORRO Y EL GATO
 


-¿Puedo ir a dar un paseo por el bosque? -pidió el gato a la granjera -. Estoy cansado de cazar ratones en la bodega y quiero respirar un poco de aire puro.
-Ve -concedió la granjera -. Pero no tardes mucho.






-¿Adónde vas? -preguntaron los peces al gato, que decidió trasladarse a la otra orilla del rio a bordo de una barca.
-Voy a pasear por el bosque -respondió el gato-, pues estoy cansado de estar encerrado en la bodega de la granja.





Caminando por el bosque, el gato se encontró con un astuto zorro.
-¿Qué tal te van las cosas? -preguntó el gato-. Lo digo porque  a mí me van muy mal. Mi dueña me tiene encerrado en casa y me obliga a estar cazando ratones todo el día.
-¿Cómo te atreves a tutearme? -se enfadó el zorro-. Eso me ocurre por acercarme a un vulgar cazarratones como tú. ¿Qué educación has recibido? ¿En cuántas artes eres maestro?



-Sólo en una -respondió con humildad el gato.
-¿Se puede saber en cuál? -se dignó a preguntar el zorro.
-Si -respondió el gato-. Cuando los perros corren tras mí, tengo gran habilidad para trepar a un árbol y así me pongo a salvo.
-¡Ja, ja, ja! -se burló el zorro-. ¿Eso es todo, pobre amigo? Yo soy maestro de cien artes y, por añadidura, tengo un saco lleno de artimañas y malicias.
-¡Que suerte! -se admiró el gato.



Me das lástima -dijo el zorro con gesto protector y haciendo un gesto para que le siguiera. Voy a abrir para ti mi saco de artimañas para escapar de la persecución de los perros.
El gato, agradecido, no dudó  en acompañar al zorro.  Pero, en aquel momento, un cazador irrumpió en el lugar, gritando a sus perros.
-¡Un zorro! ¡Atrapadle! ¡No le dejéis escapar!




El gato, de un salto, se subió a un corpulento árbol con la intención de ocultarse en lo más frondoso de sus ramas.
-¡Espérame! -dijo el zorro, temblando-. ¡Los perros me van a atrapar!
Los perros sin darle tiempo a defenderse, se lanzaron sobre el zorro, animados por los gritos del cazador.




-¡Auxilio! -gritó el zorro-. ¿Es qué nadie va a acudir en mi ayuda?
-¿Qué haces? -se extrañó el gato, resguardado en lo alto del árbol-. ¿Por qué no abres tu saco de experiencia y usas una de tus tretas para escapar de los perros?
Como es de suponer, el cazador no tardó en atrapar al pobre zorro.
-¡Adiós, señor zorro! -gritó el gato-. Tú con tus cien artes y tu saco de artimañas no te has librado de ser cazado. En cambio yo, con sólo trepar a un árbol, estoy a salvo.

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